
Luego de pensarlo mucho y de haber razonado tanto, pero no sin el miedo típico de enfrentarse a la primera vez por fin la tuvo sola consigo. El alcohol participó de este juego a la que ya se había decidido. Con mayores pretensiones la besó. Ella le correspondió también con miedo, con pudor, con la vergüenza de si se enteran a ese amor prohibido. Rozó de nuevo sus labios viéndola a los ojos, comenzó a besar su cuello, ella cerró sus ojos y se dejó llevar a la vez que le quitaba lo que llevaba por blusa. Mientras tanto seguía besándole el cuello hasta llegar a sus pechos, redondos, suaves, tersos, de tono blanco, casi rosado. Comenzó a besar sus senos, lentamente tocaba sus labios y lengua a esos lúbricos pezones como diría Benedetti. Pasó luego a su vientre que ya estaba esperando por estos labios suaves que la rozaban. Terminó por quitarle su ropa entera para pasar a sentir cómo la tocaba, la besaba, la lamía. Pasó luego a besar sus piernas, no sin dejar atrás sus pies cuidados y ajenos a todo maltrato. Besándola vio como se dejó llevar cuando comenzó a besarla en su femineidad, lentamente, suavemente y sin dejar de sentir. El éxtasis no se hizo esperar y se perdieron en unos instantes de amor y placer que nunca olvidarán.
A la mañana siguiente, ambas acostadas en la cama, abrazadas, se dieron cuenta de que el mundo, aunque sea por una noche, las dejó vivir.