domingo, 5 de septiembre de 2010

Whatever Works o de Cómo las cosas deben ser

Desde hace ya algún tiempo he querido redescubrir el cine de Woody Allen. Tal vez, ver las mismas películas de nuevo, ahora desde un punto de vista tal vez más maduro, por no decir más adulto, me ha llevado una grata, pero muy grata sorpresa. Darme cuenta del perfil de los personajes de sus películas y de la genialidad de sus guiones (que muchas veces parecen más obras de teatro que de cine, pero igualmente grandiosas), me hace darme cuenta de que a veces el vaso no está ni medio lleno ni medio vacío, sino que más bien el vaso es el doble de grande de lo que debería ser.
Whatever Works no es la mejor película de Allen, pero sin duda es una de las mejores. Trata acerca de un profesor de Física Cuántica (un Larry David que pareciera ser un Woody Allen real y que a la vez pareciera interpretarse a sí mismo pero sin la mala suerte que lo caracteriza), ya casi retirado y pareciera bastante amargado que tienen una particular forma (tal vez deba ser ésta la forma), de ver la vida. Se dedica igualmente a enseñar ajedrez a alumnos a quienes tilda de ignorantes y poco inteligentes. La trama comienza a tomar forma cuando conoce a Melody (una excelente Evan Rachel Wood), quién se escapa de la cotidianidad de su casa en Missisipi y llega a la que parecía la olvidada New York de la que siempre Allen ha hecho honor. Hasta los momentos pareciera que Allen no deja de sacarnos en cara un personaje muy entrado en edad que se enamora de una mucho más joven, pero que luego al final, pareciera congraciarse con los costumbristas y equiparar en edad a las parejas de los respectivos personajes. A partir de ese momento, surgen eventos graciosos pero acompañados de diálogos muy inteligentes que evidencian la mente perspicaz de Woody.
Esta es una película de gran factura a nivel de guión. Me parece muy bien adaptada, muy bien actuada y que logra su fin que es la de entretener, enseñar y hacernos pensar.
En definitiva, la vida no debe escapar a los asuntos de la suerte y de las casualidades. La vida debe vivirse a plenitud, sin imponerse autocensura ni autoengaños. Debemos aceptarla tal cuál se nos presenta y vivirla según no parezca, pensando siempre que cada una de nuestras acciones, siempre, pero siempre, van a tener repercusiones en el otro.

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