Este es un artículo escrito por un amigo mío y que considero prudente compartirlo con ustedes. Persona sabia, crítico de las injusticias y del fervor sin sentido de masas en la que ha caído el venezolano ya desde hace un tiempo. Juan Carlos Gómez (@Juance_Gomez) no creo que descanse hasta ver que el venezolano abra los ojos y comience a exigir respuestas más que conformismos.
SalU2
“Si, mi Taita”
“Venezuela era una isla desierta y yo me la conseguí”. Esta frase, atribuida al General Juan V. Gómez, bien podría resumir la historia venezolana de los últimos 200 años. Somos un pueblo que, a falta de conciencia propia, conocimiento de sí mismo y convicción de su identidad, ha requerido siempre acurrucarse bajo un “taita” llámese éste Páez, Blanco, Castro, Gómez, Pérez o Chávez. Una especie de Ho Chi Minh criollo.
El pueblo venezolano (y el latinoamericano a los mismos efectos), necesita de un patriarca, de un paladín, de un líder que logra convertirse en un gurú espiritual al que se le profesa un fervor casi sectario. Si bien se admite que todo grupo social requiere para organizarse y regirse de los lineamientos de un jerarca, no es menos cierto que otras culturas entienden que ese guía, ese llamado a determinar los destinos cumple con un mandato otorgado a él por el grupo mismo. En nuestros pueblos (por flojera o ignorancia), descargamos toda la responsabilidad de las decisiones de dirección al gobierno como ente abstracto, y a falta de éste, al mandatario de turno, divorciándonos de nuestro deber como ciudadanos pedidores de cuentas y circunscribiéndonos a ser pedidores de casas, becas y subsidios.
Esta práctica de dejar que el Gobierno nos resuelva la vida nos ha convertido en limosneros de oficio. No esperamos que los gobernantes cumplan con la gestión para la cual los elegimos, sino que nos conformamos con esperar que no nos hagan daño, que nos quieran. En un survey televisivo en los años del segundo gobierno de Rafael Caldera, cierto entrevistado en la calle, al ser preguntado por la gestión del presidente comentaba “que al menos el Dr. Caldera no nos roba”, con lo cual dejaba reflejada la expectativa del “pueblo” como gobernado: Si no vas a hacer tu trabajo como Gobierno, por lo menos no me robes.
Esta posición denota una tremenda inmadurez política de parte de los electores y un desconocimiento absoluto de su rol dentro de la dinámica de la relación Gobierno –
gobernados. El colectivo elector posee una serie de derechos frente a aquellos que elige (elección como tema clave aquí) pero debe entender estos derechos, y en el caso de Venezuela este silogismo parece no cumplirse, porque el elector mismo no entiende o no sabe entender ni asumir su posición dentro del juego de la democracia.
¿Cuáles son, entonces, estos derechos? El elector primero que todo debe entender que el poder es suyo para cambiar aquello con lo cual no está de acuerdo. Pero nos vamos aún más allá y nos preguntamos: ¿sabe esto el elector? Cuando observamos los noticieros nacionales no pasa un día en que alguien, humilde o acomodado, educado o marginal, le “pida” al Presidente que se avoque a resolver personalmente cualquier tema (desde una huelga de reos en un penal hasta la construcción de un módulo policial) siempre la constante es la misma: “Señor Presidente, le pedimos”. ¿Cuándo comenzará nuestro pueblo a “exigir” en vez de “pedir”?
Esa es la posición del sumiso, la de pedir. Pedimos favores cuando deberíamos exigir cumplimientos. El electorado en pleno debe entender que no nos hacen favores los que elegimos en algún momento y parte de la responsabilidad de esto es de nosotros mismos. Nuestra actitud de “pedigüeños” solamente abona el camino del abuso, de la desidia y de la posterior opresión. Mientras no exista una psique colectiva que coincida en aquello que debe esperar; que eleve la barra de las expectativas a sus gobernantes; que no se deje encantar por las flautas verborreicas de mítines en avenidas cerradas; que evalúe con seriedad y objetividad las promesas y los planes de gobierno de los diferentes candidatos y finalmente, que elija más a un empleado y no a un “Taita”, seguiremos sin ver cambios sustanciales en nuestra sociedad.
Juan Carlos Gómez R.
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